¿Qué acontece si, por una vez, suspendemos nuestra mirada habitual sobre los objetos y pasan a ser éstos los que guían nuestros movimientos? ¿Hay un sistema propio de los objetos, independiente del que nosotros les podamos proyectar? ¿Qué es lo que se abre a partir de la tensión y el desplazamiento de una lógica subjetiva hacia otra de tipo objetual? En torno a estas preguntas orbita Una cosa por vez. A lo largo de dos solos continuados, idénticamente diferentes, un hombre y una mujer mueven una serie reducida de objetos: una mesa, una silla, un cable enrollado y un plástico. La apertura al universo interior de estos objetos traduce, bajo el idioma del movimiento, el reposo y la repetición, el duelo invisible (físico y mental) que entablamos a diario con ellos. La obra pone en acto el desmontaje de dos frases que -consciente e inconscientemente- regulan nuestra vida cotidiana: “una cosa por vez” y “cada cosa en su lugar”. Se trata de hacer una pausa para ver en qué medida esos dos imperativos lógicos subjetivos aplanan la potencia originaria de los objetos, impidiéndonos experimentarlos como una finalidad sin fin. ¿Disponemos de los objetos o ellos disponen de nosotros? ¿Quién contempla a quién? ¿Qué significa “contemplar” y “disponer”? Acá no hay ideas sino en los objetos, cuyos límites trazan los límites de mi mundo. Cavar hasta llegar al hueso de los objetos; abrirnos al mundo de sus detalles. Quizá recién ahí, liberados de su sentido utilitario, podamos decir que vemos realmente los objetos que tenemos delante. A partir de la colisión entre la lógica subjetiva y la objetual, Una cosa por vez nos permite asomarnos a una nueva gramática de los objetos, del espacio y del movimiento. A la emergencia de un lenguaje desconocido, donde lo humano quiere ser uno más con los objetos: un hombre/mujer-plástico-cable-mesa-silla.