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En Auckland ya es mañana

Editorial Mansalva
Colección poesía y ficción latinoamericana

Si para Stevenson, la curiosidad turística (lo que llamaba sightseeing) era el arte del desencanto, Ulises Conti hace del nomadismo profesional del músico una forma de reencantar el mundo.
Parte de una superficie cotidiana donde su mirada raspa, despega lo pintoresco, ya sea en la fauna del Gorlitzer Park de Berlín o ante el superman negro que pide un dólar por fotografiarse junto al transeúnte en Manhattan, para descubrir otra cosa, algo inesperado, siempre distinto, que sus palabras abordan cuidándose de no quebrarlo con una explicación, apenas iluminado por los nombres de las ciudades que encabezan cada uno de estos poemas.
La epopeya del flâneur Conti es íntima. Como músico, toma la temperatura sonora de cada ciudad "a escondidas porque no me gusta que nadie se ría de mí". Pero no le resulta fácil desprenderse de ese juego del escondite: al llegar a uno de los muchos hoteles que van puntuando su vida, "entro al cuarto, cierro los ojos y me hago invisible", al ir a desayunar siente que "alguien todas las mañanas se hace pasar por mí".
Si las identidades sucesivas del viajero pueden ser descartables, en él subsisten, tenaces, indelebles, los tatuajes de la experiencia temprana, esas cicatrices de la infancia que si alguna noche parecen no habernos seguido "va a ser mejor que ni se te ocurra mirar debajo de la cama".
Porque subsisten, la fuerza y la belleza de estos textos de Conti se alimenta de saber que "el sonido no se propaga en el vacío".

Edgardo Cozarinsky

La escritura de Ulises Conti tiene la rara cualidad de transportar al lector (algo con lo que todos los escritores sueñan, pero muy pocos logran). Y no porque sea una literatura de viajes por el mundo, sino porque se trata, más bien, de viajes por esa dimensión fuera del espacio y el tiempo llamada emoción.

Cecilia Pavón